Me gusta el lenguaje, me gusta el sonido y su cadencia, los matices y hasta sus disfonías. Pero el lenguaje escrito, tiene una dimensión especial.
Escribir o leer es un proceso, que obliga a la reflexión más profunda y a la elección más exquisita de las palabras.
Lo que puedo decir en una charla o en una alocución puede ser pobre o inconsistente en un escrito. Y aquello expresado en la escritura a veces naufraga en busca de su audiencia.
Evidentemente son dos órdenes paralelos, que utilizan el mismo elemento: las palabras, pero de diferente forma.
Escribir o leer son para mí sinónimos de voluntad de comunicación con un objetivo: alcanzar al otro.
Con lo cual, debo suponer que se pone en juego lo sagrado, lo misterioso.
¿Cuándo recurro a la escritura? Casi siempre que quiero comunicar algo que espero tenga una atención especial.
El primer contacto es conmigo misma. Escribir: sujeto, verbo y predicado con sus complementos de tiempo, de espacio, y agente, me obligan al orden, y al estilo.
Luego está el destinario, siempre lo hay. Desde la humilde esquela de notas, o el mail, pasando por los "papers" de un congreso, al cuento, la novela o el ensayo, suponen una dedicación. Puede ser un simple proveedor o la humanidad misma.
Cuando llego a este punto, tengo que hacer una aclaración especial. Aquellos a los que nos gusta escribir y disfrutamos haciéndolo, sin ser exactamente "escritores", casi siempre contamos con una amig@, pariente, en fín, alguien que nos tiene paciencia, que le gusta leer, que tiene ese hábito, que es ¿cómo decirlo?, una especie de juez o de árbitro al que invariablemente se le someterá el escrito a consideración antes incluso de su verdadero destinatario.
Esa persona que comparte casi tácitamente el rito de la escritura y a quién se le otorgó autoridad, está siempre presente como si fuera "un doble" de uno mismo. Sin embargo, no lo es.
La espera de su veredicto está compuesta de esa matería sublime y agónica sincopada al aliciente o la desesperanza.
El rito puede ser un envío a través de unas hojas, o unas líneas virtuales en alguna red o quizás en un encuentro. Y en ese caso, hay un cuadro de relación, dado por dos lecturas. El árbitro lee las líneas escritas, el escritor los trazos de los gestos, quiere saber antes del veredicto si ha podido sacar su pluma para rozar quizás el alma.
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