sábado, 13 de agosto de 2011

TRAS LA ILUSION DE LA ELOCUENCIA












Aún recuerdo cuando cantábamos con mis primas, una vieja canción que decía: “Se me ha perdido una niña... cataplín, cataplán, cataplero. Se me ha perdido una niña en el fondo del jardín.”
Hoy, después de muchos años, podría volver a cantarla, salvo que no pierdo niñas, sino palabras que fueron mías.
Cuando esto sucede es probable que mi cara se descomponga como signo de contrariedad, mientras que otra parte de mí, sigue hurgando y desafiando por encontrarla.
Es probable que ante tal circunstancia, la otra persona no entienda exactamente lo que me está sucediendo. También es posible que interrumpa el flujo principal de lo que estoy diciendo para aclarar que he perdido una palabra que explica más precisamente lo que quiero decir.
Y entonces, casi invariablemente, la otra persona, no le adjudica demasiada importancia a mi minúsculo drama. La otra persona interesada en la conversación, una vez comprendido el sentido general de lo expuesto, poco le interesa cierta precisión del lenguaje tomado sólo como preciosismo o floritura.
Ante esta circunstancia seguramente no he de escapar a los chistes de rigor, o a la amenaza de ciertas enfermedades neurológicas. No pretendo negar probabilidades estadísticas.
Simplemente quiero expresar mi aflicción. La angustia particular que me provoca esa pérdida no se iguala a otras. Se que las capacidades que hemos adquirido a través de los años irán disminuyendo. Sin embargo, la adquisición del lenguaje y su enriquecimiento a lo largo de los años ha significado una de las luchas y al mismo tiempo, uno de los placeres mayores.
Obviamente, no siempre ha sido así. Durante los primeros años escolares, la palabra ya era un hecho incuestionable, por cierto, toda posibilidad de enseñanza y aprendizaje estaba basada en ella, pero no me percataba. Luego, aprendí a escribir su sonido deletreando, luego incorporé otros significados y con ellos pronto me di cuenta que podía habitar infinitos mundos.
Los juegos del lenguaje, los actos de significado, las narrativas biográficas, las descripciones del entorno se transformaron en imágenes. Los sonidos de las palabras, las cadencias de mi idioma como también la de los idiomas extranjeros, me develan lo más entrañablemente humano que tiene el hombre: Su capacidad de simbolizar su pensamiento y comunicarlo. Entonces, ¿cómo no iba yo a enamorarme de las palabras?
El primer gran regalo de mi padre fue el diccionario enciclopédico. Luego hubo otros, de sinónimos, de antónimos, etimológicos, de imágenes. Aún hoy suele ser uno de mis entretenimientos favoritos, buscar el término más ajustado a lo que quiero decir. A veces me gana su estrictez etimológica, a veces su sonido, otras su capacidad de evocación.
Se trata de un aprendizaje infinito, tras la "ilusión" de la elocuencia, que como un cebo ideal nos traslada de la prosa de un escritor, a la musicalidad del poeta, a la transmutación inevitable de una traducción. El lenguaje es un velo que a veces se descorre para permitirnos entrever la idiosincrasia de un pueblo y otras se cierra en la impotencia de la incomprensión.
Poder oír a quien hace un buen uso del lenguaje, con todos sus matices, nos permite experimentar otros puntos de vista, "presenciar" otras realidades, no estar atados al tiempo y al espacio circundante, comunicar profundidades, transmitir los meandros de la mente humana y eso inevitablemente tiene que producir el goce de la comprensión de lo complejo, entonces el mundo se hace rico en sus dimensiones y se conjura el aburrimiento. Por el contrario, es devastador saber que la falta de las palabras que nominen hace que las cosas no existan.
De ese largo viaje, llevo en mi maleta muchas palabras, al igual que las vestimentas, algunas las uso a diario, otras en ciertas ocasiones; será por eso que muchas también envejecen.
Mi tristeza ante la pérdida de una palabra quizás se deba a un cierto perfeccionismo, ¿porqué negarlo? Pero quién ha usado un lenguaje técnico sabe que algunas de ellas son tan precisas que se necesitaría un gran número de ellas para querer decir algo parecido pero nunca lo que se quiere significar. Se me podría decir que el lenguaje cotidiano no requiere de tal precisión. Es probable, pero cuando uno ha hallado una o quizás varias para expresar y determinar su mundo y su significado, el uso de otra similar le hace sentir a uno extraño porque el universo pudo haberse modificado por tal detalle.
Cada palabra tiene su magia. Cada pronunciación activa sonidos primordiales. Acepto que son convenciones de una sociedad para un tiempo determinado, sin embargo, algunas tienen vida propia y relación exhaustiva e intrínseca con lo que nombran. Es como si las palabras fueran el nombre de las cosas; y las cosas hubieran hallado su lugar en el cosmos y su identificación.
Este escrito fue motivado porque había perdido una palabra. Pasé días tratando de recordarla. Me decía:- Ya va a volver sola, pero no volvía. Entonces, trataba de recrear toda la frase haber si por simpatía con las restantes significaciones, aparecía, pero nada.
Recordaba que la palabra que buscaba tenía una cierta cacofonía, entonces silabée y balbuceé un rato haber si la encontraba, pero el resultado fue nulo.
Como tenía en mente lo que quería decir, se me ocurrió volver a mis diccionarios pero allí descubrí la verdad más dolorosa, el camino es de ida y no de vuelta. La palabra me da el significado pero el significado no siempre me da la palabra.
Llegué a pensar que la había perdido para siempre. Llegué a preguntarme:- si acaso la encontrara ¿la reconocería?
Hoy después de varios días, y por vía de sinónimos volví a encontrarla. Creo que la voy a anotar y la voy a guardar en este escrito para no perderla otra vez, pues creo que por el desarrollo mismo de la cosas la voy a necesitar. La palabra de marras era "quisquillosa" (ay!que horror! estimado Freud) y llegué a través de un término similar "cascarrabia"; pero claro, no es lo mismo.



Libros que inspiran este blog

  • Actos de significado. Jerome Bruner
  • Actos del lenguaje. Rafel Echeverría
  • Coaching. El arte de soplar brasas. Leonardo Wolk
  • Coaching. El arte de soplar las brasas en acción. Leonardo Wolk
  • Cultura escrita y oralidad. David R. Olson y otros (comp)
  • El buho de Minerva. Rafael Echeverría
  • El orden del discurso. Michel Foucault
  • El sí-mismo en proceso. Vittorio Guidano
  • El tao de la física. Fritjof Capra
  • El yo saturado. Kenneth J. Gergen
  • Estudios y diálogos sobre la identidad personal. Giampiero Arciero
  • Fuentes del Yo. Charles Taylor
  • Heidegger y la cuestión del Tiempo. Francoise Dastur
  • Hermenéutica del sujeto. Michel Foucault
  • Historia y Narratividad. Paul Ricoeur
  • La construcción social de la realidad. Berger y Luckmann
  • La educación puerta de la cultura. Jerome Bruner
  • La mente narrativa. Juan Balbi
  • la quinta disciplina en la práctica. Peter Senge y otros
  • La quinta disciplina. Peter Senge y otros
  • La terapia como construccion social. Seila McNamee y otro
  • Los anormales. Michel Foulcault
  • Narrativas contadas, Narraciones vividas. Ricardo Ramos
  • Ontología del lenguaje. Rafael Echeverría
  • Pasos para una ecología de la mente. Gregory Bateson
  • Por la senda del pensar ontológico. Rafael Echeverría
  • Realidad mental y Mundos posibles. Jerome Bruner
  • Realidades conversacionales. John Shotter
  • Signo: Humberto Eco
  • Soñar la realidad. Lynn Segal
  • Teoría de la comunicación humana. Watzlawick y otros
  • Wittgenstein: Mundo y Lenguaje. Prades Celma y otro