martes, 6 de septiembre de 2011

AVOIR LE CAFARD

La palabra “cafard” en francés significa cucaracha, pero la frase compuesta “avoir le cafard” significa: estar deprimido. Como se ve la expresión recoge algo de la sordidez que conlleva el estado. También hay otra frase que es “broyer le noir” , algo así como triturar el negro, se supone que la expresión viene de la asociación que ese color tiene con el mal estado de ánimo y el trabajo que se tomaban los pintores del SVIII que tenían que triturar o moler, para obtener los colores. Me viene la imagen de un mortero en donde se da vueltas y vueltas hasta fundir las más pequeñas partículas en un tinte que contiene todos los colores pero sólo se ve uno: el oscuro. El mismo que creían que provocaba la bilis negra. Cuando profesionalmente abordé el estudio de la depresión tuve que transigir con alguna escuela, no es bueno enfrentar demonios sin un parapeto. No obstante, al igual que los intérpretes de la música, me sometí a los estudios de una técnica, para después “olvidarla” en busca de mi propia nota. Mi actitud pretende ser fenomenológica frente a tal forma de manifestación del estado de ánimo, sé que es difícil de lograr toda vez que objeto y sujeto son coincidentes. En el idioma español tenemos distinguidos los verbos: ser y estar, sin embargo, debe haber pocas situaciones en donde una conjugación se salteé tanto por deslizamiento de un estado a una condición. La mayoría de las veces el que está deprimido se vive como si fuera un depresivo. Debe ser porque el estado es tan abarcador y obturador de trascendencia que difícilmente se crea que se ha de encontrar una salida fácil. En él, el tiempo presente no puede aspirar al mañana y sólo se llena de imágenes y estructuras del pasado. El tiempo es presente pero transcurre lentamente como si se solazara en su presencia dolorosa, sea por los pensamientos, las pesadillas o el insomnio. De la depresión se habla como trastorno de la conducta, como el mal de mayor extensión de la época. Dije se habla, aunque en realidad se menciona o se lo nomina; desde la clínica, los profesionales con prudente distancia; en lo social, se murmura de alguien; laboral y económicamente, como flagelo. Tampoco casi encuentro estudios o escritos en primera persona, casi la mayoría son en tercera persona, o en segunda apuntando a la autoayuda. Parece que bucearla, molerla molécula a molécula fuera una invitación a la espiral del Infierno del Dante. Tiene la característica de ser intempestiva en su visita y una vez instalada es como una diosa malévola que tiene el poder de la ubicuidad: está presente a un mismo tiempo y en todas partes. Distinguida y distante de la Angustia, como la hermana menor y bastarda de aquella, no logra en la filosofía y en la literatura las mismas páginas que aquella. No hay un existencialismo de la depresión, aunque la existencia difícilmente se aparte de ella a no ser por una negación maníaca. Más allá de las variedades y clasificaciones, los signos de la persona que está deprimida suelen ser evidentes: sus movimientos pueden estar aletargados como si la vida lo hubiera vencido –etimológicamente el término latino: “depresus” es abatido, derribado-, también es posible encontrarlo agitado si siente que la corriente lo puede ahogar. El brillo de los ojos puede perderse o por el contrario exaltarse, como si el ser estuviera afiebrado librando batalla ya en los últimos bastiones, pero es la mirada la que nos cuenta que ha desaparecido la capacidad de placer que lo sujeta a la vida. Lo que hasta ayer nomás constituía su razón, su orgullo, su motivación paso a dejar un vacío. La oquedad es áspera, incómoda, insostenible. Es posible que al principio la mente esté sujeta a dos o tres ideas nefastas que supuestamente aluden a ciertos sucesos desafortunados externos. Esos pensamientos pueden mutar pero serán reemplazados por otras representaciones del mismo tenor. Luego, si el estado se profundiza, ya no hay relación con nada, como si se hubiera perdido la causa de la tristeza, del dolor o la desesperación. Ya no hay a qué, ni a quién culpar de tal estado. La persona siente que nada puede cambiar de un modo tal que ella pueda obtener algún tipo de satisfacción. La interpretación del entorno toma los ribetes de un realismo negativo que se impone. En la interacción, esta forma de estar y/o de ser provoca una serie de impresiones en los otros. La primera sensación, quizás la más directa es de que se está frente a algo muy sólido, pesado, inamovible. Esa situación difícil de deshilar para amigos o familiares se presenta como una unidad que tiene una cohesión discursiva ambivalente: por un lado pide ayuda, por el otro, defiende activamente su visión pesimista. A partir de allí todos los argumentos parecieran servir a un solo fin: desarmar el alegato del deprimido que tiende a justifica su malestar. Al comienzo, puede desconocerse la condición depresiva, sólo está sucediendo como si se hubiera generado una nube negra totalmente pasajera. Entonces, la persona no se comprende, ni puede ser comprendida, pues es de algún modo se ha instalado un estado de conciencia alterado al habitual, es como si la negatividad hubiera ganado a la posibilidad. Es probable, que una vez conocida la situación de la persona se genere en el entorno alguna preocupación, o quizás compasión. Sin embargo, suele ser una etapa precaria dada la condición de casi imbatibilidad del estado de ánimo depresivo, es una fuerza que para irradiar negatividad consume energía. Pronto, se instalan sentimientos de esterilidad, insuficiencia, impotencia y agotamiento. El padecimiento que impone el desánimo provoca en el medio una conducta revulsiva de escape en aquellos que pueden hacerlo o de irritación en los que se ven obligados a permanecer. Cuando no, son arrastrados al mismo estado depresivo por repetición de tonos, silencios, y modulaciones respiratorias que se acompasan para no provocar disonancias en el afectado. Salvo con una intención meramente comunicativa, dificulto que los sentimientos y emociones que atraviesa una persona en semejante estado de ánimo pueda hacerse constar. No sólo por las características personales del individuo, sino también por su capacidad de auto-conocimiento, y de auto-referencia, como su capacidad de reconocerse agente de aquello que le pasa. Aún así me gustaría ilustrar la depresión como si se presentara en etapas: En una primera es como sí estuviese escuchando un concierto, el tema que se está tocando puede gustarle o no, pero de pronto algunas notas comienzan a sonar extemporáneas, desafinadas. Son sólo momentos, instantes quizás, donde el segundo doloroso se hace eterno. No sabe cómo, ni de dónde, pero la fuerza de la torre queda herida por el rayo. Seguramente confuso saldrá a ver que provocó ese disturbio en el mundo. Y de golpe, casi como una revelación, ese mundo que hasta hace muy poco significaba todo para él, se hace plano, deja de haber luces, no hay cosas ni personas que funcionen de atracción. Pierde valor, tiene sensación de extrañeza ante algo que dejó de reconocer como propio. Se convierte en una maqueta absurda al perder el sentido. Y ante un mundo netamente absurdo que ha perdido sentido, ¿qué futuro puede haber para él? Los roles, los trabajos, las luchas son demandas para las que pronto se sentirá incapacitado de responder. En algún momento, aparece el enfrentamiento con el Yo, aunque sea para preguntarse:-¿porqué a mi? Ya se trate la depresión de una enfermedad o de simple condición humana, pareciera la última instancia que se impone a la conciencia que se cree impenitente. Por eso siempre va acompañada de culpas auto-inflingidas. Es posible que se experimente ese gran desasosiego como una prueba de incumplimiento de alguna ley moral o religiosa. La depresión tiene tanto de pérdida como de fracaso, es un gran duelo por que las cosas no fueron como se esperaba. Por eso la desesperanza es el sentimiento generalizado y distintivo. Entonces, la voluntad de vida claudica cuando falló previamente la fe.

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Libros que inspiran este blog

  • Actos de significado. Jerome Bruner
  • Actos del lenguaje. Rafel Echeverría
  • Coaching. El arte de soplar brasas. Leonardo Wolk
  • Coaching. El arte de soplar las brasas en acción. Leonardo Wolk
  • Cultura escrita y oralidad. David R. Olson y otros (comp)
  • El buho de Minerva. Rafael Echeverría
  • El orden del discurso. Michel Foucault
  • El sí-mismo en proceso. Vittorio Guidano
  • El tao de la física. Fritjof Capra
  • El yo saturado. Kenneth J. Gergen
  • Estudios y diálogos sobre la identidad personal. Giampiero Arciero
  • Fuentes del Yo. Charles Taylor
  • Heidegger y la cuestión del Tiempo. Francoise Dastur
  • Hermenéutica del sujeto. Michel Foucault
  • Historia y Narratividad. Paul Ricoeur
  • La construcción social de la realidad. Berger y Luckmann
  • La educación puerta de la cultura. Jerome Bruner
  • La mente narrativa. Juan Balbi
  • la quinta disciplina en la práctica. Peter Senge y otros
  • La quinta disciplina. Peter Senge y otros
  • La terapia como construccion social. Seila McNamee y otro
  • Los anormales. Michel Foulcault
  • Narrativas contadas, Narraciones vividas. Ricardo Ramos
  • Ontología del lenguaje. Rafael Echeverría
  • Pasos para una ecología de la mente. Gregory Bateson
  • Por la senda del pensar ontológico. Rafael Echeverría
  • Realidad mental y Mundos posibles. Jerome Bruner
  • Realidades conversacionales. John Shotter
  • Signo: Humberto Eco
  • Soñar la realidad. Lynn Segal
  • Teoría de la comunicación humana. Watzlawick y otros
  • Wittgenstein: Mundo y Lenguaje. Prades Celma y otro