En realidad el epígrafe original era "El viaje sensual" pero temí lecturas no sólo indiscretas, sino defraudadas en su afán.
El diccionario de la Real Academia dice de la palabra sensual:
1-Adjetivo, Relativo a la sensación de los sentidos
2-Adjetivo, gusto y deleite de los sentidos, de las cosas que incitan o satisfacen y de las personas aficionadas
3-Adjetivo, perteneciente o relativo al deseo sexual
Bueno, este viaje sensual al que voy a referirme está relacionado con los dos primeros significados.
Se trató de un viaje, no más planificado que los anteriores, tampoco especialmente dedicado. Las prisas de la vida posmoderna apenas pemite visualizar un recorrido mínimo deseado.
El primer punto era volver a Huelva, ciudad donde supimos vivir hace ya casi veinte años y a la que hemos regresado cada vez que hemos podido.
En cada uno de esos reencuentros siempre supieron desplegarse grandes sentimientos de amistad.
Sucede algo extraño; no llego como a otras ciudades, con la expectativa de la sorpresa, quizás por que aún lejos de ella la sigo sintiendo mi segunda casa.
En la descripción de mi identidad no podrán obviarse esos años, es un capítulo tan central de mi historia que si faltase no podría reconocerme. Esa ciudad me dió lo que hoy tengo de extranjera en mi tierra.
También puede ser porque sus propios habitantes no la consideran bella, es a su vista la hermana pobre andaluza, la cenicienta. Olvidan que el mito profundo en que se basa el cuento infantil trata justamente de la bondad de la esencia y la belleza de la transformación.
Envuelta en la calima de su puerto, atada a la costumbres de sus gentes, de terrazas noctámbulas, es siempre hospitalaria y amiga.
La única noche que tuve para recorrerla, iba con mi grupo de amigos, como el coro infaltable que me decía:- no te has ido nunca.
Hablaban y hacían sus comentarios sobre si los últimas obras habían sido las más adecuadas, si los nuevos suelos reemplazan satisfactoriamente o no los antiguos arriates. No sé, ellos saben más que yo, les pertenece históricamente, yo sólo deseo respirarla y llevarme en mi mente la pequeña parte que me corresponde.
Mis sentidos están incitados, satisfechos de haber vuelto. Es noche, ya es tarde, como tantas otras noches de aquel pasado. En algún momento nuestro amigo Pepe dirá que es hora de ir a dormir, ha sido su histórico rol en el grupo y no me equivoco, al llegar a la esquina se despide subiendose a un taxi. Los chistes y las bromas de siempre como si el tiempo no hubiera trascurrido. Yo temo por que el tiempo inexorablemente nos separe para siempre. Pero no hay lugar para palabras de tristeza sólo de esperanza.
José Manuel camina a mi lado, siento que vibra como yo, que está disfrutando de esa riqueza de dos mundos que el destino nos deparó.
Al día siguiente, una poderosa coupé es puesta a nuestra disposición para ir a Ayamonte, nos esperan otros amigos. Es cierto que todos son Pepes y Pacos en esa otra mi tierra, pero cada uno suena distinto, cada uno tiene un rincón profundo en nuestros corazones.
Lo de Rufino en Isla Cristina con un tonteo que duró cuatro horas merece un tratado aparte.
Mis papilas gustativas excitadas por el jamón de jabugo, los vinos, las setas, los mariscos. Mis ojos cansados de casi no pestañar. Los abrazos demorados, los dos sonoros besos, las palmadas en la espalda me vuelven a los sentimientos de placer más arcaicos y profundos. En los encuentros estamos abrazados y saltando y haciendo aspaviento como simios complacidos.
Me gusta Ayamonte. Me gusta su campiña, en cuyas elevaciones visitábamos al loco de la colina rodeado de su biblioteca, un fuego y un caldero donde entibiabamos nuestra amistad y a su menuda mujer, la boticaria del pueblo, la maestra de alma grande, la que difícilmente camine dos pasos sin que alguien la salude, o se pueda entrar a una cafetería de la zona con ella sin que desde otra mesa se nos haga el convite.
Huelva es bella en su naturaleza, es rica de manjares, plena de amistad, ellos viven dentro de ese mundo y creen que todo el resto es igual.
Pero mis amigos me hacen trampa, yo voy a visitarlos por pocas horas y ellos pasan días, meses pensando cómo nos van a homenajear. Yo también trato de hacer lo mismo, pero mis presentes aún pensados, frente a ellos me parecen deslucidos, poco atractivos. Ellos son más hábiles, ¿o debería decir más sensuales?
Sus casas rezuman calor de hogar, el jardín de Aurora verdea y brota en flores, tengo fotos rodeada de tantas flores, que nadie puede prometerme otra imagen mejor del paraíso. Sus gustos por los pequeños detalles hace que torpemente trate de imitarla. Su actitud de libertad hace que de vueltas por su casa como si fuera mía y si en algún momento nos cruzamos, como dice el rezo gestáltico su actitud es: "yo soy yo y tu eres tu, yo hago mis cosas y tu las tuyas, no he venido a este mundo a satisfacer tus necesidades, ni has venido a satisfacer las mías, si nos encontramos será maravilloso". Y por cierto nos encontramos aquella vez en la Universidad de la Rábida y desde entonces ha sido maravilloso. La primera invitación como inmigrante fue a cenar en su casa y la última comida antes de mi regreso fue con ella. Bella y elegante como pocas mujeres que no haya visto en el cine. Espíritu grande, complejo, tortuoso de artista. Me gusta pensarla como mi hermana española.
Jóse, así con acento en la ó es de ese club epicúreo el más conspicuo cultor. Tramposamente hubo preparado todo los ardides, grabó música de época y de nuestro gusto, afiló su cuchillo jamonero, le puso perfumes (per fumun: por el humo) de inciensos sevillanos, ambos juntaron la teobromina del chocolate, y pusieron tres tomos de libros con títulos seductores como "El viaje a la felicidad" "El viaje al amor" "El viaje al poder de la mente" de Eduardo Punset.
Esa noche no dormí, al día siguiente partíamos para un crucero desde Venecia a Dubrovnik, Kusadasi, Ephesos, Santorini, Corfú. Hermoso crucero, mejor de lo imaginado. ¿pero fue realmente así? ¿o esa secta de sensuales onubenses fueron preparando cada uno de mis sentidos para que incitados no pudieran hacer otra cosa que disfrutar?
Yo que adhiero fácilmente a la teoría del complot, creo, no, estoy segura, que todo lo hacen para robarte el corazón. Y bien ganado lo tienen.
Se trató de un viaje, no más planificado que los anteriores, tampoco especialmente dedicado. Las prisas de la vida posmoderna apenas pemite visualizar un recorrido mínimo deseado.
El primer punto era volver a Huelva, ciudad donde supimos vivir hace ya casi veinte años y a la que hemos regresado cada vez que hemos podido.
En cada uno de esos reencuentros siempre supieron desplegarse grandes sentimientos de amistad.
Sucede algo extraño; no llego como a otras ciudades, con la expectativa de la sorpresa, quizás por que aún lejos de ella la sigo sintiendo mi segunda casa.
En la descripción de mi identidad no podrán obviarse esos años, es un capítulo tan central de mi historia que si faltase no podría reconocerme. Esa ciudad me dió lo que hoy tengo de extranjera en mi tierra.
También puede ser porque sus propios habitantes no la consideran bella, es a su vista la hermana pobre andaluza, la cenicienta. Olvidan que el mito profundo en que se basa el cuento infantil trata justamente de la bondad de la esencia y la belleza de la transformación.
Envuelta en la calima de su puerto, atada a la costumbres de sus gentes, de terrazas noctámbulas, es siempre hospitalaria y amiga.
La única noche que tuve para recorrerla, iba con mi grupo de amigos, como el coro infaltable que me decía:- no te has ido nunca.
Hablaban y hacían sus comentarios sobre si los últimas obras habían sido las más adecuadas, si los nuevos suelos reemplazan satisfactoriamente o no los antiguos arriates. No sé, ellos saben más que yo, les pertenece históricamente, yo sólo deseo respirarla y llevarme en mi mente la pequeña parte que me corresponde.
Mis sentidos están incitados, satisfechos de haber vuelto. Es noche, ya es tarde, como tantas otras noches de aquel pasado. En algún momento nuestro amigo Pepe dirá que es hora de ir a dormir, ha sido su histórico rol en el grupo y no me equivoco, al llegar a la esquina se despide subiendose a un taxi. Los chistes y las bromas de siempre como si el tiempo no hubiera trascurrido. Yo temo por que el tiempo inexorablemente nos separe para siempre. Pero no hay lugar para palabras de tristeza sólo de esperanza.
José Manuel camina a mi lado, siento que vibra como yo, que está disfrutando de esa riqueza de dos mundos que el destino nos deparó.
Al día siguiente, una poderosa coupé es puesta a nuestra disposición para ir a Ayamonte, nos esperan otros amigos. Es cierto que todos son Pepes y Pacos en esa otra mi tierra, pero cada uno suena distinto, cada uno tiene un rincón profundo en nuestros corazones.
Lo de Rufino en Isla Cristina con un tonteo que duró cuatro horas merece un tratado aparte.
Mis papilas gustativas excitadas por el jamón de jabugo, los vinos, las setas, los mariscos. Mis ojos cansados de casi no pestañar. Los abrazos demorados, los dos sonoros besos, las palmadas en la espalda me vuelven a los sentimientos de placer más arcaicos y profundos. En los encuentros estamos abrazados y saltando y haciendo aspaviento como simios complacidos.
Me gusta Ayamonte. Me gusta su campiña, en cuyas elevaciones visitábamos al loco de la colina rodeado de su biblioteca, un fuego y un caldero donde entibiabamos nuestra amistad y a su menuda mujer, la boticaria del pueblo, la maestra de alma grande, la que difícilmente camine dos pasos sin que alguien la salude, o se pueda entrar a una cafetería de la zona con ella sin que desde otra mesa se nos haga el convite.
Huelva es bella en su naturaleza, es rica de manjares, plena de amistad, ellos viven dentro de ese mundo y creen que todo el resto es igual.
Pero mis amigos me hacen trampa, yo voy a visitarlos por pocas horas y ellos pasan días, meses pensando cómo nos van a homenajear. Yo también trato de hacer lo mismo, pero mis presentes aún pensados, frente a ellos me parecen deslucidos, poco atractivos. Ellos son más hábiles, ¿o debería decir más sensuales?
Sus casas rezuman calor de hogar, el jardín de Aurora verdea y brota en flores, tengo fotos rodeada de tantas flores, que nadie puede prometerme otra imagen mejor del paraíso. Sus gustos por los pequeños detalles hace que torpemente trate de imitarla. Su actitud de libertad hace que de vueltas por su casa como si fuera mía y si en algún momento nos cruzamos, como dice el rezo gestáltico su actitud es: "yo soy yo y tu eres tu, yo hago mis cosas y tu las tuyas, no he venido a este mundo a satisfacer tus necesidades, ni has venido a satisfacer las mías, si nos encontramos será maravilloso". Y por cierto nos encontramos aquella vez en la Universidad de la Rábida y desde entonces ha sido maravilloso. La primera invitación como inmigrante fue a cenar en su casa y la última comida antes de mi regreso fue con ella. Bella y elegante como pocas mujeres que no haya visto en el cine. Espíritu grande, complejo, tortuoso de artista. Me gusta pensarla como mi hermana española.
Jóse, así con acento en la ó es de ese club epicúreo el más conspicuo cultor. Tramposamente hubo preparado todo los ardides, grabó música de época y de nuestro gusto, afiló su cuchillo jamonero, le puso perfumes (per fumun: por el humo) de inciensos sevillanos, ambos juntaron la teobromina del chocolate, y pusieron tres tomos de libros con títulos seductores como "El viaje a la felicidad" "El viaje al amor" "El viaje al poder de la mente" de Eduardo Punset.
Esa noche no dormí, al día siguiente partíamos para un crucero desde Venecia a Dubrovnik, Kusadasi, Ephesos, Santorini, Corfú. Hermoso crucero, mejor de lo imaginado. ¿pero fue realmente así? ¿o esa secta de sensuales onubenses fueron preparando cada uno de mis sentidos para que incitados no pudieran hacer otra cosa que disfrutar?
Yo que adhiero fácilmente a la teoría del complot, creo, no, estoy segura, que todo lo hacen para robarte el corazón. Y bien ganado lo tienen.